La Indagación de Peter Weiss - Muestra del Taller de Teatro de Adultos
Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946, las potencias aliadas vencedoras del conflicto llevaron a juicio, en Núremberg, a los más destacados líderes del nacionalsocialismo que pudieron apresar, para ser juzgados por un Tribunal Militar Internacional por los crímenes contra la humanidad cometidos en nombre del Tercer Reich.
SIPNOSIS
Alemania había quedado dividida en dos. El Este del país, quedó bajo influencia soviética, en la llamada República Democrática Alemana, y desarrolló una amplia y rigurosa campaña de desnazificación. No sucedió lo mismo en el Oeste, donde las élites vinculadas al nacionalsocialismo pronto volvieron a tomar posiciones en la justicia, en la Administración pública, en la Academia, en la economía y en la política. Evidentemente, no estaban interesadas en hurgar en el pasado. Como tampoco lo estaba gran parte de la sociedad alemana, que quería comenzar a saborear los frutos del «milagro económico» y olvidar todo lo relacionado con la guerra y los crímenes nazis.
Pero hubo un hombre, el fiscal general Fritz Bauer, decidido a hacer justicia. Bauer logró en 1960 la detención en Argentina de Adolf Eichmann, exteniente de las SS y responsable de la “solución final”, que consistió en el asesinato deliberado, masivo y sistemático de los judíos europeos entre 1941 y 1945. Bauer entregó a Israel la información sobre el paradero de Eichmann, ya que la justicia alemana desestimó iniciar los trámites para que fuera deportado y juzgado en Alemania.
Bauer fue también, en contra de gran parte de la judicatura alemana, el impulsor de los procesos de Auschwitz. Entre diciembre de 1963 y agosto de 1965, un tribunal procesó en Francfort a una veintena de mandos del campo de exterminio de Auschwitz. Fue la primera vez en la que los alemanes se enfrentaban al horror del Holocausto, ya que en Núremberg habían sido los aliados los que habían sentado en el banquillo a los criminales nazis.
Fueron verdaderos «canallas» los que se sentaron en el banquillo de los acusados, según observó el escritor Jean Améry. El comandante del campo, Rudolf Höss, ya había sido condenado a muerte y ahorcado en 1947 en Varsovia. Pero ahí seguían bellacos como su ayudante Robert Mulka, encargado, entre otros asuntos, de asegurar el suministro del gas Zyklon B, o Victor Capesius, el farmacéutico de Auschwitz que tras la guerra había vuelto a hacer fortuna en una ciudad de provincias, o Wilhelm Boger, comisario político y torturador. Matarifes, capataces y burócratas que decidían sobre la vida y la muerte en la rampa de Birkenau, que estrellaban niños contra la pared, que dejaban caer las cápsulas de gas en las cámaras de exterminio, que inyectaban fenol en el corazón de los detenidos.
Un total de 211 supervivientes de Auschwitz acudieron al llamamiento de Fritz Bauer para dar fe de lo ocurrido. En 183 días de juicio y bajo la atención de los medios de comunicación, la reconstrucción criminalística del Holocausto alcanzó una precisión inédita. Es esta concreción, alimentada de una infinidad de espeluznantes detalles, en la que radica uno de los grandes méritos de un proceso que hizo irrefutable la verdad de Auschwitz.
Las sentencias finalmente dictadas resultaron decepcionantes. En un código penal que databa del siglo XIX no estaban previstos crímenes como los del Holocausto. Formulada por los mismos juristas que ya habían sentado cátedra en el Tercer Reich, la doctrina jurídica tendía a exculpar a prácticamente todos los que, de una u otra forma, seguían órdenes de Hitler. Buena parte de los acusados sólo pudo ser condenada por complicidad, pero no por asesinato. Sólo seis de ellos -los matarifes, propiamente dichos- recibieron condenas de por vida. Otros, después de pocos años de prisión, ya se encontraban de nuevo en la calle.
A partir de estas observaciones, el dramaturgo Peter Weiss escribió la obra de teatro documental La indagación, estrenada simultáneamente el 19 de octubre de 1965 en 13 teatros alemanes a ambos lados del telón de acero.
La obra de Weiss es magistral en muchos niveles. El primero es su forma de desestabilizar al lector-espectador, pues al tratarse de información verdadera, el relato de los hechos cobra dimensiones quizá inalcanzables para la ficción, no hay forma de evadirse pensando “solo es teatro”; contemplamos al ser humano en toda su miseria, en su descomunal capacidad de destruir, carente de toda compasión.
Dividida en once cantos, la obra original, completa y sin pausas, tendría una duración de aproximadamente ocho horas y media. Es una narración cronológica que parte desde los viajes en los vagones (similares a los que se ocupaban para el transporte de ganado) donde iban siendo transportados millones de seres hacia su aniquilación.
La intención del autor al crear un drama de tal extensión no era entretener, era hastiar a la gente a tal grado que no quisieran volver al teatro en meses, mostrar la realidad de un modo tan crudo que la audiencia tuviera ganas de salirse a la mitad de la función. No tratamos un tema por el cuál uno deba divertirse, según Weiss, sino que debe ser incómodo para toda la raza humana, no puede servir como diversión o entretenimiento.
REPARTO Y EQUIPO TÉCNICO
Alberto Oliva
Antonio Mateo
Beatriz Mañas
Bel Orfila
Enrique Martínez
Isabel Piqueras
Jose Antonio Hernandez
José Manuel Belmonte
Manuel Lozano
Mª Carmen Monsalve
Mª Victoria Rubio
Paco Ramirez
Paco Villar
Pepa Nuñez
Pilar Sánchez
Raquel Encabo
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